sábado, 23 de febrero de 2013

Cómo el árabe se convirtió en la lengua de los eruditos


DURANTE siglos, el árabe fue la lengua más usada por los eruditos. A partir del siglo VIII de nuestra era, en varias ciudades de Oriente Medio hubo estudiosos que tradujeron al árabe, y además corrigieron, textos científicos y filosóficos escritos en los tiempos de Tolomeo e incluso en los de Aristóteles. Aquellas traducciones sirvieron para conservar y enriquecer la obra de los pensadores antiguos.

Un crisol cultural

Durante los siglos VII y VIII surgieron dos nuevos poderes en Oriente Medio: la dinastía de los omeyas y, después, la de los abasíes. Puesto que sus súbditos de Arabia, Asia Menor, Egipto, Palestina, Persia e Irak habían recibido influencias tanto de Grecia como de la India, los nuevos monarcas tuvieron acceso a un cuantioso legado de conocimientos. Los abasíes edificaron una nueva capital, Bagdad, que llegó a ser un auténtico crisol cultural. Allí, los árabes se relacionaron con armenios, bereberes, coptos, chinos, griegos, indios, judíos, persas y turcos, e incluso con sogdianos, pueblo de más allá del río Oxus (conocido hoy día como Amu Daria, en Asia central). Juntos estudiaron ciencias y debatieron sobre ellas, enriqueciendo mutuamente sus diversas tradiciones intelectuales.

Los monarcas abasíes de Bagdad favorecieron a los pensadores talentosos, sin importar su procedencia, a fin de que contribuyeran al progreso intelectual del imperio. De forma sistemática, se procuró reunir y traducir al árabe miles de libros sobre una amplia variedad de temas, como alquimia, aritmética, filosofía, física, geometría, medicina y música.

El califa al-Manṣūr, que gobernó entre los años 754 y 775, envió embajadores a la corte de Bizancio para obtener textos matemáticos griegos. El califa al-Ma‘mūn, que gobernó entre el 813 y el 833, siguió su ejemplo, generando una corriente de traducción greco-arábiga que duró más de dos siglos. Como resultado, a finales del siglo X casi todos los textos científicos y filosóficos griegos estaban disponibles en árabe. Pero los eruditos no se limitaron a traducir los textos: también les añadieron sus propias aportaciones.

Aportaciones del árabe


Muchos de aquellos traductores realizaron su labor con exactitud y extraordinaria rapidez; de ahí que algunos historiadores afirmen que estaban familiarizados con los temas que traducían. Lo que es más, varios eruditos utilizaron textos traducidos como punto de partida para sus propias investigaciones.

Por ejemplo, el médico y traductor Ḥunayn ibn Isḥāq (808-873), un cristiano siríaco, contribuyó significativamente a entender cómo funciona la visión. Su obra, que incluía diagramas anatómicos exactos del ojo, se convirtió en la obra de consulta por excelencia en el campo de la oftalmología tanto en el mundo árabe como en Europa. El filósofo y médico Ibn Sīnā, conocido en Occidente como Avicena (980-1037), escribió decenas de libros sobre una amplia variedad de temas que abarcaban desde la ética y la lógica hasta la medicina y la metafísica. Su gran compendio, el Canon de la medicina, se basó en el conocimiento médico disponible en la época, que incluía las ideas de pensadores griegos célebres como Galeno y Aristóteles. El Canon fue el manual de medicina más usado durante los siguientes cuatrocientos años.



Los investigadores árabes adoptaron el método experimental, el verdadero pilar del progreso científico. Eso los llevó a calcular de nuevo la circunferencia de la Tierra y a corregir información geográfica de las obras de Tolomeo. El historiador Paul Lunde señala: “Se atrevieron a cuestionar incluso a Aristóteles”.

Los avances en el conocimiento se reflejaron en la práctica, como por ejemplo en la construcción de embalses, acueductos y molinos de agua, algunos de los cuales perduran hasta nuestros días. Los nuevos textos sobre agricultura, botánica y agronomía permitieron a los agricultores seleccionar los mejores cultivos para cada lugar, con lo que aumentaron la productividad.

En el año 805, el califa Hārūn al-Rašīd fundó un hospital, el primero de su extenso imperio. Poco después, todas las ciudades importantes bajo su gobierno contaban con uno.

Nuevos centros de conocimiento


Algunas ciudades del mundo árabe tenían bibliotecas y centros de conocimiento especializados. En Bagdad, el califa al-Ma‘mūn fundó un instituto de investigación y traducción llamado Bayt al-Ḥikma, nombre que significa “casa de sabiduría”. Su personal incluía eruditos que recibían un sueldo. En El Cairo, la principal biblioteca llegó a albergar, según se cree, más de un millón de volúmenes. Entretanto, Córdoba, la capital de la España omeya, contaba con 70 bibliotecas que atraían a investigadores y estudiantes de todo el mundo árabe. Durante más de dos siglos, Córdoba fue uno de los centros intelectuales más destacados.

En Persia, las matemáticas griegas se mezclaron con las de la India, donde se había creado un sistema de escritura numérica —la notación posicional— basado en el uso del cero. En este sistema, los dígitos individuales asumen valores diferentes de acuerdo con su posición y con la colocación del símbolo del cero. Por ejemplo, el dígito uno puede significar uno, diez, cien, etc. El historiador Paul Lunde indica que dicho sistema “no solo simplificó todo tipo de cálculos, sino que posibilitó los avances en el álgebra”. Los estudiosos árabes también hicieron grandes progresos en geometría, trigonometría y navegación.

La edad dorada de las ciencias y las matemáticas árabes contrastó con el período de letargo intelectual que vivía el resto del mundo. En la Europa medieval también se hicieron esfuerzos —principalmente en los monasterios— por conservar las obras de los sabios del pasado. Pero los resultados fueron muy pobres en comparación con lo que se logró en el mundo árabe. No obstante, en el siglo X la situación empezó a cambiar con la llegada paulatina a Occidente de traducciones de obras eruditas árabes. Con el tiempo, el flujo de información aumentó, originando el renacimiento científico europeo.

Al analizar la historia comprobamos que ningún pueblo o nación puede atribuirse todo el mérito de la situación actual de las ciencias y otros campos relacionados. Las culturas actuales más avanzadas le deben muchísimo a las del pasado, que promovieron la investigación, cuestionaron el saber tradicional y alentaron a los grandes pensadores.

Fuente: Watchtower

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